sábado, 29 de diciembre de 2012

PARTE II



El día es cálido y agradable en gran parte de Francia. No obstante ello, hay manifestaciones y contramanifestaciones en la Plaza Des Vosges de Paris. Empiezan las escaramuzas, los enfrentamientos entre ambos grupos y la policía se muestra tan violenta como ya es habitual.



Sin embargo, Juliette está en una biblioteca pública, cómoda contemplando grabados de tiempos lejanos. Su gusto por la magia y brujería proviene de su adolescencia cuando conoció a Tamara Dollton, quien le mostró la realidad de ciertos hechizos. Con los años fue avanzando en el Arte, desarrollando facultades psíquicas y logrando impecabilidad en los ritos.

Los grimorios seguían siendo material de consulta; pero cada vez su interés se centraba con mayor fuerza en los más antiguos.

También le fascinaba la mitología, pues comprendía que los viejos dioses habían sido relegados por el cristianismo al nivel de demonios. De esta forma, no es que los dioses viejos hubieran muerto sino que para la política cristiana había sido más útil llamarlos demonios, y así justificar la persecución la brutalidad en la lucha contra paganos, herejes y brujas. De esta manera cuando se mataba a una bruja no se estaba cometiendo un acto brutal contra la pobre anciana sino que se estaba purificando al mundo de la perniciosa influencia de Satán.

Ahora estaba frente a un manuscrito de autor anónimo titulado en español “De las diferentes clases de demonios, súcubos, íncubos y sátiros”. Era un tratado que milagrosamente había sobrevivido el fuego inquisitorial debido sin duda a que venía encuadernado junto a un texto de teología católica.

En dicho tratado existía una serie de cincuenta dibujos que representaban todo tipo de seres monstruosos imaginables. Pero, a Juliette solo le interesaba uno: el hombre de cuernos.

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Cuando Jennifer volvió a su departamento sintió dos cosas opuestas.

Por un lado, un sentimiento cercano al horror por haber visto los extraños dibujos de su compañero de trabajo; y por otro, soledad.

Sí, soledad.

¿Por qué estaba sintiendo aquello, ella que se caracterizaba por su independencia? No quería admitirlo, pero se había sentido muy grata junto a Christopher. Aunque ya había intercambiado algunas frases con él, jamás se había dado, hasta ahora,  la oportunidad de conversar de cuestiones distintas a lo meramente profesional.

Salió al balcón, pero antes prendió la radio y puso un CD que recopilaba las canciones que a ella más le gustaban.

Tomó un cigarro y lo prendió. Se sentó y vio el manto azul cubriendo la ciudad. Abajo algunos vehículos se dirigían posiblemente al hogar de sus dueños. Más allá dos jóvenes caminaban alegremente,

La ciudad le pareció un cuadro entretenido.

Y al ver su reloj, quedó impávida: eran casi las 04 AM; y en pocas horas más debería levantarse…


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Estamos ahora en Egipto, más precisamente en esa populosa ciudad llamada El Cairo. No muy lejos se encuentran las pirámides, como claro testimonio de la existencia de una gran civilización en las regiones del Nilo.

Un niño corre despavorido. Ha ido junto a dos amiguitos a la inmensa necrópolis de la ciudad. Pero, ellos se han perdido en las galerías. Sólo él pudo salir del laberinto de tumbas. Y, sin embargo, lo más terrible no fue el perder a sus amigos, sino lo que vio…

Cuando por fin encuentra a su padre saliendo de la mezquita As-salam, le cuenta una historia increíble. El padre le pide que se calme. Lo invita a tomar un té; pero nada. El corazón del niño sigue dando latidos de carrera…

Entonces, el padre decide escucharlo con más atención y sin prejuzgar.

Cuando termina el niño de hablar, el padre recita del sagrado Qur´an la sura an-Nas. La surah que se emplea para luchar contra el mal de ojo o las maldiciones.

El sol sigue quemando; pero por breves segundos ocurre algo extraordinario y el astro rey casi no se ve: Un enjambre de moscas prácticamente lo ha tapado.


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En distintos lugares del mundo empiezan a ocurrir cosas espantables. Hay quien informa sobre muertos que salen de sus tumbas; otro expresa haber descubierto a demonios realizando festines macabros; además hay una gran cantidad de personas que se suicidan sin jamás haber mostrado síntomas depresivos, drogadicción, crisis económica u otro motivo esperable.

Posiblemente por la distancia en que ocurren estos hechos nadie ha podido unirlos, confrontarlos y reflexionar sobre un origen común.

Son los signos de los tiempos dirán grupos fundamentalistas cristianos; son los días de espera de la llegada del Mahdi dirán musulmanes chiítas; la “venganza” de la Pacha Mama o el nuevo imperio del Tío, dirán indígenas del Perú y Bolivia.

Algo está ocurriendo, el aire no es el mismo.

Christopher lo intuye; pero aun no lo comprende ni capta su envergadura.

Han vuelto las pesadillas que tuvo en su niñez. Ha vuelto el miedo por una cosa que se desconoce pero que es real.

El hombre de cuernos… Ese ser que vio un día en el jardín de sus padres y que pensó olvidado en algún lugar remoto de la consciencia, volvía con fuerza a su vida. ¡Cómo hubiera deseado no haberlo visto más! No haberlo contemplado aquella noche que su jefe lo requirió.

Pero se había topado con él en una avenida de su existencia.

Y debería enfrentarlo. Resolver de una vez el dilema, costase lo que costase.


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Jennifer medita una y otra vez en Christopher, sus dibujos y el hallazgo de la creatura. Presiente que aquí hay líneas que deben conectarse. No duda en la veracidad de la narración de su colega y de sus trazos infantiles. Pero, ciertamente, es difícil entender todo esto.

Para relajarse enciende el televisor. Los programas de los canales son en su mayoría francamente estúpidos. Buscará, entonces, uno que transmita noticias.

Por fin encuentra uno. Sube el volumen y va a la cocina a buscar una bolsa con papas fritas (uno de sus vicios), un jugo natural y aceitunas. Mientras se encuentra allí escucha como el periodista empieza a hablar acerca del descubrimiento en un barrio marginal de Santiago de Chile de un ser posiblemente alienígena… ¡No lo puede creer!

Deja lo que estaba haciendo para volver raudamente al living-comedor.

Lo que el televisor muestra la impacta. Siente mareo. Y con razón: ¡allí frente a sus ojos aprecia a un ser del todo semejante al de calle Hazen!


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